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Entrevista a Françoise Thanas
“Atahualpa me hizo soñar”

Por Ana Seoane

Es una de las personas que más ha ayudado a difundir el teatro argentino en Francia. La tarea de Françoise Thanas, por momentos oculta, ha sido traducir textos de nuestros más importantes dramaturgos, desde Griselda Gambaro, Eduardo Pavlovsky hasta Ricardo Monti. Y de las nuevas generaciones están los ejemplos de Daniel Veronese, Patricia Zangaro o Alejandro Tantanián. Ahora escribirá el estudio introductorio de Teatro francés contemporáneo, el próximo libro que publicará Emergentes Editorial.




-¿Cómo nació tu historia con las traducciones?

-Mi gusto por traducir se inició con los españoles, no con los argentinos. En la época de Franco, me acerqué a los artistas que hacían manifestaciones y eventos contra esta política. Recuerdo unas veinticuatro horas de creadores exiliados, donde cantaban, ahí conocí a muchos escritores. Me recibí de profesora de literatura francesa, pero ya de grande decidí acercarme al castellano. Mis padres no eran franceses, soy naturalizada, aunque nací en París. Mi padre era albanés del norte de Grecia y mi madre es de Luxemburgo. Conocí a los uruguayos, chilenos y argentinos, cuando comenzaron a llegar a Francia, por el otro exilio, el que produjeron las dictaduras militares.

-¿Quién te marcó más?

-Fue Atahualpa Yupanqui quien me ayudó a conocer más a este país. Tan es así que escribí un libro sobre él. Para mí, fue alguien muy importante, aunque nos peleamos, ya que ambos teníamos caracteres muy particulares. El me hizo soñar. A través de sus relatos imaginé la otra Argentina, la del interior. Me hacía sentir una niña, sobre todo cuando me contaba cómo eran estas tierras. Siempre me trató de usted. Recuerdo cómo me subrayaba que nosotros, los franceses no podíamos imaginar la verdadera soledad, la de las pampas. Ahora estamos terminando un libro sobre Astor Piazzolla, junto a su hija, es un proyecto iniciado en vida de él.

-¿Y tu relación con el teatro?

- Hice un curso sobre teatro y sentí al finalizar que era más literatura que teatro. Ahí conocí a personas que iban a seguir las clases en la Universidad Internacional de Teatro. Descubrí la práctica teatral, ya que había actores, directores y técnicos extranjeros, sobre todo argentinos y venezolanos. Mis primeros pasos como traductora los di traduciéndoles textos a ellos. Me conecté con Víctor García, un verdadero genio. Al principio me pidieron traducciones en este taller, ahí descubrí que el texto que leía era literario, pero que tenía otra realidad sobre el escenario.

-¿A quién tradujiste primero?

-Creo que fue Stéfano de Armando Discépolo, después vino La malasangre de Griselda Gambaro, luego llegaron Monti, Veronese, Zangaro, Tantanian, Adriana Genta, y un autor uruguayo Carlos Liscano, más conocido en Francia que en su propio país, con muchos elementos del absurdo.

-¿Cuál es la mayor dificultad frente a la traducciones de textos dramáticos que no son realistas, como es el teatro de Gambaro o Monti?

-No hay que pensar en traducir un contenido, sino que hay que pensar en la forma. Los que son traductores amateurs cuentan lo mismo, pero sin descubrir ese estilo propio que tiene el autor original. Hay que bucear hasta encontrar sus características. Analizar cómo está escrito, más que el qué está escrito. El contenido puede ser el mismo, pero el impacto suena distinto, gracias al estilo.

-¿Siempre pudiste elegir lo que traducís?

- Hasta ahora puedo afirmarlo, la única excepción es muy reciente. Me propusieron traducir los textos premiados en el concurso "Germán Rozenmacher", que se distribuirán durante el III Festival Internacional de Buenos Aires. Como en el jurado estaba Daniel Veronese, Mauricio Kartun y Jorge Dubatti, sentí que tenía cierta seguridad de calidad. Por eso acepté. Tengo la suerte de poder elegir lo que traduzco. Un ejemplo insólito fue cuando me propusieron traducir Nada a Pehuajó de Julio Cortázar. Sentí que era una propuesta difícil, dialogué mucho con Aurora Bernández y quise conocer al director que la iba a montar. En cuanto me di cuenta que ese joven era capaz, no lo dudé más. Es muy difícil de trasladar al escenario por la cantidad de personajes que tiene.

-¿Se puede vivir de las traducciones?

- No es tarea fácil. Siempre se publica menos teatro, que narrativa, aunque desde hace pocos años se ha intentando volver a la costumbre de editar textos dramáticos. Hay tres editoriales especializadas, y otras más pequeñas. Siempre aparece alguna ayuda por parte del centro de traducción teatral y también becas del Ministerio de Cultura y otras entidades.

-¿Cuál es la política que tienen los teatros estatales franceses, con respecto a los autores extranjeros?

- Hay un reglamento en estos teatros, que reciben subsidio del gobierno. Todos tienen que respetar unas reglas, por lo cual hay pocas posibilidades de estrenar textos extranjeros. Los directores conociendo esto, igual pueden elegir algunos dramaturgos extranjeros, obviamente serán los que ellos prefieran. Siempre hay modas, hubo un período del teatro inglés, después llegaron los alemanes, ahora los de los países del Este. Hace dos años tuvimos la suerte - me refiero a la Argentina- de ser elegidos por el festival de Avignon, lo que permitió publicar un libro con diez autores argentinos. La gente se dio cuenta que había aquí un teatro universal, dejando de lado el mal folklore, con lugares comunes. Ahora se dan cuenta que hay un teatro fuerte y potente.

-¿Los directores son más conocidos que los dramaturgos?

- La gente de mi generación recuerda a Víctor García. Son conocidos de los argentinos Jorge Lavelli y Alfredo Arias, porque viven en Francia. Estuvieron mostrando sus espectáculos con mucho éxito tanto Daniel Veronese como Ricardo Bartis, pero con subtitulado en francés simultáneo. En el Festival de Avignon fue un éxito El pecado que no se puede nombrar, sobre los textos de Roberto Arlt. Los organizadores me dijeron que tenía que traducir el cincuenta por ciento, pero después con Bartis nos dimos cuenta que había que agregar más diálogos. Cuando empezaron los ensayos preferimos hacer dos subtitulados de dos líneas cada uno, en vez de uno de cuatro líneas. Los técnicos son bilingües. Los diarios apoyaron estos espectáculos y el público también mostró su adhesión.

- ¿Qué balance o anticipo podés hacer de la dramaturgia francesa actual?

- Hay una gran diversidad, como sucede en la Argentina. Están los autores que no me interesan, los comerciales, que en realidad son los que tienen más éxito. No me conmueven, aunque tienen su público, entre ellos está Schmitt, el creador de Variaciones enigmáticas o Reza, la autora de Art. Entre mis preferencias están Bernard-Marie Koltès, ya fallecido, o Philippe Minyana. Este último es un dramaturgo, para algunos, un poco marginal, pero está reconocido, ya que sus obras se estudian en el colegio. No tienen el reconocimiento popular, aunque conoce el otro. Los teatros oficiales tienen salas más pequeñas donde estrenan estos nuevos dramaturgos, sin olvidar los teatros de las provincias y sus centros dramáticos.

Fuente: Lugar Teatral Nº2

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